viernes, 28 de febrero de 2014

Hijo del fuego 2

Por más que se mirara en el espejo su rostro no había cambiado lo más mínimo en más de 30 años, el paso del tiempo solo se reflejaba en la longitud de sus cabellos, pero eso no era lo que estaba mirando esta vez en el espejo, hacía un par de días que a su ojo izquierdo le había dado el antojo de ser como el de un oso panda, pero ahora la piel de esa zona volvía a ser tan pálida como siempre, eso había sido otro de los arrebatos de ira de su maestro, pero claro, él era un aprendiz no era nadie para poder alzarse contra él, el hombre que no hacía nada más que recordarle una y otra vez que si era alguien era porque él lo había querido así ¿ pero cómo podía considerarse alguien si no tenía ni un simple nombre? Todo el mundo tenía uno, menos él tampoco pedía gran cosa solo tener un nombre. 

Cerró los ojos cuando sintió que los rayos de sol le daban directamente en los ojos, solía tener la costumbre de tener su habitación siempre en penumbra, era algo normal ya que tener las cortinas recogidas le hacía recordarle que había todo un mundo fuera de aquella condenada fortaleza, que parecía que nunca conocería. Y su maestro tenía la costumbre de recoger las cortinas cada vez que entraba en esa habitación ¿acaso era demasiado viejo que no podía ver con la luz de las velas? El aprendiz cerró con fuerza sus enguantadas manos, la última vez que se enfadó sin llevar aquellos guantes no acabó la cosa muy bien, y por lo que veía la cara de su maestro seguía marcada por ese calor que llegaba a emanar. 

El viejo maestro solo quería darle una noticia a su aprendiz, pero no quería hacerlo a oscuras, nunca entendería lo que pasaba por la cabeza de aquel muchacho albino pero prefería no preguntar, el muchacho se disgustaba cuando le preguntaba cosas que para su entender no le importaban a nadie. La conversación no duró demasiado, pues lo único que tenía que decirle a su aprendiz era “ya eres un brujo, puedes ponerte el nombre que se te antoje” “Erion” fue él nombre que resonó en su cabeza y no con su propia voz, pero lo repitió con su propia voz adoptando ese nombre como suyo, ahora si era alguien, era Erion, y no tenía que rendirle cuentas a nadie, a nadie. El brujo alzó la mirada, y sus ojos ambarinos se mostraron como los de un reptil, su pupila solo era una fina franja negra, ya no necesitaba a su maestro, ese hombre ya había desempeñado su trabajo pero no se esperaba que su antiguo aprendiz le apuñalara una y otra vez, en silencio sin decirle nada pues ese anciano sabía muy bien que se había ganado durante años el odio del peliblanco, ahora, era él el brujo de la torre, y se prometió asi mismo y aquella voz que le nombró, que su nombre pasaría a la historia.

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