lunes, 19 de julio de 2010

LA DAMA DE SHALOTT

LA DAMA DE SHALOTT

I

A ambos lados del rio se despliegan

sembrados de cebada y de centeno

que visten la meseta y el cielo tocan;

y corre junto al campo la calzada

que va hasta Camelot la de las torres;

y va la gente en idas y venidas,

donde los lirios crecen contemplando,

en torno de la isla de allí abajo,

la isla de Shalott.

El sauce palidece, tiembla el álamo,

cae en sombras la brisa, y se estremece

en esa ola que corre sin cesar

a orillas de la isla por el rio

que fluye descendiendo a Camelot.

Cuatro muros y cuatro torres grises

dominan un lugar lleno de flores,

y en la isla silenciosa vive oculta

la Dama de Shalott.

Junto al margen velado por los sauces

deslízanse tiradas las gabarras

por morosos caballos. Sin saludos,

pasa como volando la falúa.

con su vela de seda a Camelot:

mas, ¿quién la ha visto hacer un ademán

o la ha visto asomada a la ventana?

¿O es que es conocida en todo el reino,

La Dama de Shalott?

Sólo al amanecer, los segadores

que siegan las espigas de cebada

escuchan la canción que trae el eco

del río que serpea, transparente,

y que va a Camelot la de las torres.

Y con la luna, el segador cansado,

que apila las gavillas en la tierra,

susurra al escucharla: "Ésa es el hada,

La Dama de Shalott".

II

Allí está ella, que teje noche y día

una mágica tela de colores.

Ha escuchado un susurro que le anuncia

que alguna horrible maldición le aguarda

si mira en dirección a Camelot.

No sabe qué será el encantamiento,

y así sigue tejiendo sin parar,

y ya sólo de eso se preocupa

la Dama de Shalott.

Y moviéndose en un límpido espejo

que está delante de ella todo el año,

se aparecen del mundo de las tinieblas.

Allí ve la cercana carretera

que abajo serpea hasta camelot:

allí gira del río el remolino,

y allí los más cerriles aldeanos

y las capas encarnadas de las mozas

Pasan junto a Shalott.

A veces, un tropel de damiselas,

un abad tendido en almohadones,

un zagal con el pelo ensortijado,

o un paje con vestido carmesí

van hacia Camelot la de las torres.

Y alguna vez, en el azul espejo,

cabalgan dos a dos los caballeros:

no tiene caballero que la sirva

la Dama de Shalott.

Pero aún ella goza cuando teje

las mágicas visiones del espejo:

a menudo en las noches silenciosas

un funeral con velas y penachos

con su música iba a Camelot;

o cuando estaba la luna en el cielo

venian dos amantes ya casados.

"harta estoy de tinieblas", se decía

la Dama de Shalott.

III

A un tiro de flecha de su alero

cabalgaba él en medio de las mieses:

venía el sol brillando entre las hojas,

llameando en las broncíneas grebas

del audaz y valiente Lanzarote.

Un cruzado por siempre de rodillas

ante una dama fulgía en su escudo

por los remotos campos amarillos

cercanos a Shalott.

Lucía libre la enjoyada brida

como un ramal de estrellas que se vé

prendido de la áurea galaxia.

Sonaban los alegres cascabeles

mientras él cabalgaba a Camelot:

y de su heráldica trena colgaba

un potente clarín todo de plata;

tintineaba, al trote, su armadura

muy cerca de Shalott.

Bajo el azul del cielo despejado

su silla tan lujosa refulgía

el yelmo y la alta pluma sobre el yelmo

como una sola llama ardían juntos

mientras él cabalgaba a Camelot.

Tal sucede en la noche purpúrea

bajo constelaciones luminosas,

un barbado meteoro se aproxima

a la quieta Shalott.

Su clara frente al sol resplandecía,

montado en su corcel de hermosos cascos;

pendían de debajo de su yelmo

sus bucles que eran negros cual tizones

mientras él cabalgaba a Camelot.

Al pasar por la orilla y junto al rio

brillaba en el espejo de cristal.

"tiroliro", por la margen del rio

cantaba Lanzarote.

Ella dejó el paño, dejó el telar,

a través de la estancia dio tres pasos,

vio que su lirio de agua florecía,

contempló el yelmo y contempló la pluma,

dirigió su mirada a Camelot.

Salió volando el hilo por los aires,

de lado a lado se quebró el espejo.

"Es ésta ya la maldición", gritó

la Dama de Shalott.

IV

Al soplo huracanado del levante,

los bosques sin color languidecían;

las aguas lamentábanse en la orilla;

con un cielo plomizo y bajo, estaba

lloviendo en Camelot la de las torres.

Ella descendió y encontró una barca

bajo un sauce flotando entre las aguas,

y en torno de la proa dejó escrito

La Dama de Shalott.

Y a través de la niebla, río abajo,

cual temerario vidente en un trance

que ve todos sus propios infortunios,

vidriada la expresión de su semblante,

dirigió su mirada a Camelot.

Y luego, a la caída de la tarde,

retiró la cadena y se tendió;

muy lejos la arrastró el ancho caudal,

la Dama de Shalott.

Echada, toda de un níveo blanco

que flotaba a los lados libremente

-leves hojas cayendo sobre ella-,

a través de los ruidos de la noche

fue deslizándose hasta Camelot.

Y en tanto que la barca serpeaba

entre cerros de sauces y sembrados,

cantar la oyeron su canción postrera,

la Dama de Shalott.

Oyeron un himno doliente y sacro

cantado en alto, cantado quedamente,

hasta que se heló su sangre despacio

y sus ojos se nublaron del todo

vueltos a Camelot la de las torres.

Cuando llegaba ya con la corriente

a la primera casa junto al agua,

cantando su canción, ella murió,

la Dama de Shalott.

Por debajo de torres y balcones,

junto a muros de calles y jardines,

su forma resplandeciente flotaba,

su mortal palidez entre las casas,

ya silenciosamente en Camelot.

Viniendo de los muelles se acercaron

caballero y burgués, señor y dama,

y su nombre leyeron en la proa,

la Dama de Shalott.

¿Quién es ésta?¿Y qué es lo que hace aquí?

Y en el cercano palacio encendido

se extinguió la alegría cortesana,

y llenos de temor se santiguaron

en Camelot los caballeros todos.

Pero quedó pensativo Lanzarote;

luego dijo: "tiene un hermoso rostro;

que Dios se apiade de ella, en su clemencia,

la Dama de Shalott".

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